Marino Zapete. |
La palabra “mafia” tiene
muchas definiciones. Una de ellas es la siguiente: “organización que emplea
métodos ilícitos para el logro de sus objetivos grupales”.
En cierto modo, así
podría definirse a los tres partidos que han gobernado a la República
Dominicana en los últimos 46 años, una mafia multipartidaria que durante
décadas se ha lucrado de los bienes públicos.
El Partido Reformista
gobernó por 22 años, del 1966 al 1978, y del 1986 al 1996. Se caracterizó,
fundamentalmente, por la intolerancia política y la corrupción.
En el 1978, cuando el
Partido Revolucionario Dominicano asumió el poder, con Antonio Guzmán Fernández
como Presidente, era larga la lista de personas asesinadas, desaparecidas,
encarcelados y exiliadas, y mucho más larga la de individuos que se
enriquecieron con los dineros del pueblo.
El propio Presidente de
la época, Joaquín Balaguer, dijo públicamente en más de una ocasión que la
corrupción se detenía en la puerta de su despacho y que cientos de allegados al
gobierno acumularon grandes fortunas al amparo del tráfico de influencia y de
prácticas ilícitas en las funciones que desempeñaron.
En el caso del Partido
Revolucionario Dominicano, que gobernó al país de 1978 a 1986 y del 2000 al
2004, el desorden y la villanía en la administración pública fueron de tal
magnitud que uno de sus presidentes, Antonio Guzmán Fernández, no pudo concluir
el gobierno, y terminó en el suicidio.
El segundo gobierno de
ese partido –1982-1986– concluyó en medio de un gran escándalo, que llevó a los
tribunales al extinto Presidente Salvador Jorge Blanco, bajo acusación de
corrupción, y provocó la huida de muchos de sus funcionarios hacia otros
países.
Hipólito Mejía Domínguez,
quien presidió el gobierno perredeísta del –2000-2004–, dejó al país al borde
de la quiebra, sumido en un caos económico, niveles de inflación nunca antes
vistos y la bancarrota institucional.
Luego de gobernar doce
años, de 1996 al 2000 y del 2004 al 2012, Leonel Fernández, del Partido de la
Liberación Dominicana, nos deja un país hipotecado, ocupando los primeros
lugares del mundo en corrupción, mala educación, criminalidad e incumplimiento
de la ley.
Aunque cada uno de estos
tres partidos tiene sus características particulares, no hay duda de que en lo
fundamental son idénticos. Son especies de mafias, donde se ha puesto de
manifiesto que la prioridad de una buena parte de sus dirigentes dista mucho
del bien común.
Así nos encontramos que
es muy difícil identificar entre los dirigentes reformistas, perredeístas y
peledeístas, a personas que vivan en condiciones económicas similares a las que
tenían antes de pasar por el gobierno. En la mayoría de los casos han acumulado
grandes fortunas que no pueden justificar.
Pero lo peor de todo es
que han fomentado en la población una cultura mafiosa, donde cada día es más común
encontrar a personas de bien dispuestos a hacerse ricos a cualquier precio.
Es así como periodistas
reconocidos y medios de comunicación han llegado a aceptar como algo ético, y
hasta a defender, que los gobiernos recolecten dinero entre los contribuyentes
para repartirlo entre sus familiares, allegados y correligionarios políticos.
Como toda mafia, de paso
se reparten las boronas entre los sectores que deberían ser la conciencia
crítica de la sociedad, como una forma de garantizarse la impunidad en el plano
moral.
Es por eso que
distribuyen viviendas construidas con fondos de los contribuyentes,
exoneraciones de vehículos, sueldos regalados y todo tipo de canonjías entre
periodistas, jueces, abogados, dirigentes políticos, sacerdotes, militares, y todos
aquellos cuyo silencio y complicidad convenga.
Así operan las mafias. Y
los dominicanos llevamos medio siglo bajo ese sistema mafioso.
La Lupa Sin Trabas.
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