Franklin Mena. |
A veces parece que es muy estrecho el camino para
alcanzar la felicidad, por los pocos seres humanos que la encuentran, y se ve
como un privilegio para los que tienen
garantizados los bienes económicos y se ve que será algo inalcanzable
para la mayoría, pues la respuesta a esta realidad que se da es que nadie es
feliz en la tierra.
Mientras la muerte siga quitándonos familiares y nos
haga desaparecer físicamente, mientras el hambre siga mortificando el estomago
inocente de tantos niños y ancianos en el mundo, mientras la violencia siga
siendo el método para apaciguar los conflictos, mientras que el modo de
conquistar las reivindicación siga siendo las revueltas sociales; parecería que
la felicidad es la realidad que más fácil desaparece del alcance del ser humano
y de la humanidad.
Estas afirmaciones hacen pensar en la frustración,
y lo menos cercano a algo tan pesimista
es la impotencia. En el libro del Evangelio encontramos a un personaje llamado
Simeón, un anciano que inspirado en una promesa divino esperaba ver personalmente a Jesús, confió en esa
esperanza y logró verlo y expresó un hermoso himno que dice lo feliz que era al
ver a Jesús, o sea, que la propuesta de origen espiritual puede asegurar la
felicidad mejor que cualquier otra propuesta.
Muchas veces el camino de la felicidad parece
intransitable, pues se quiere un tipo de felicidad, no la felicidad misma que
parece muy compleja adherida a cosas, a personas, a lugares, hasta ideas. En
todos los ambientes donde el hombre vive puede encontrarse con la misma
propuesta de la felicidad, una propuesta sin ataduras, pero si con compromisos
de fidelidad y perseverancia.
El proyecto de Dios no tiene una tipología social,
económica, racial etc., o tampoco un sólo
rostro, es más abarcador. “Vengan a mi todos”, dice el libro sagrado de la Biblia. Muchas
veces es tan frecuente encontrarse con tantos seres humanos que no escuchan
este llamado, el mismo texto sagrado de la Biblia nos aclara que son muchos los
llamados pero que son pocos los escogidos, porque el ser humano invierte más
fácil sus recursos y tiempo en lo que no le puede dar felicidad.
El nombre de un hombre me llega a la mente,
Francisco de Asís, cuando su cuerpo se vio sin ningún tipo de ropaje, al ser
cuestionada su actitud por su padre y éste le entrega todo lo que dependía de
él, este alaba a Dios y llega a ser feliz.
La felicidad en Jesús es la única felicidad que
asegura todo en la vida terrenal y como dice el maestro de la felicidad: Jesús,
su propuesta va más allá de la comida y la bebida, pero no significa que ambas
él nos la niegue, pues vemos que siempre que él ve al ser humano en necesidad
tiende su corazón y su mano,
pero el egoísmo del mundo termina llegando a pocos, que utilizando el modo de
conseguir egoísta, esconden y lo que todos necesitan terminan en manos
manchada.
Y para esto Dios pone leyes, diciendo no robar, pero
el que robe podrá garantizar el poseer y hasta acumular en la tierra, pero
asegurar la felicidad será imposible sino se convierte. Así escribíamos en el
pasado artículo, que nos puede quitar nuestras riquezas económica pero no
nuestra felicidad, y en este nuevo año 2013 no estaremos excepto de que nuestro
líderes políticos vuelvan a darnos una estocada parecida, ya sea con los costos
siempre elevados de los servicios básicos o con la mala administración de los
bienes comunes.
Recuerden que la bendición de Dios siempre la
tendremos de nuestro Padre, que no hay fuerza que pueda más que él; y con el
nuevo lema en fe y fraternidad construimos la comunidad.
El autor es Párroco
Iglesia
la Carmelita, la Vega
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