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domingo, 18 de noviembre de 2012

Música Típica Dominicana


Una de las singularidades de la música popular dominicana es la constante variación. Para unos, el hecho constituye una muestra admirable del don de la creatividad. Para otros, la tal ocurrencia deviene confusión y disgregación de los valores originales.

Lo cierto es que el país se muestra desde hace décadas como escenario de una formidable explosión de músicos, ritmos y  estilos, que, aunque diferenciados, conviven ceñidos tenazmente al nombre del merengue. El resultado ha sido positivo, sin dudas, si se mide el alcance internacional obtenido, con logros jamás vislumbrados.

El merengue actual, aunque en franca pérdida de la anterior vigencia internacional a que nos habíamos acostumbrado, se mantiene estable en su estructura promedio, es decir, aquella cimentada durante las tres décadas finales del siglo anterior. Las quejas se suceden y no sin razón, más, vale la pena recordar las arrolladoras popularidades de otros ritmos tropicales, tales como el mambo, la llamada salsa y otros, de cuyos auges sólo nos queda el recuerdo. La música popular, entiéndase, ha estado siempre sujeta a las acometidas inexorables del mercantilismo, siempre frío y sin escrúpulos.

Volviendo a la sinuosidad del merengue en su trayectoria, casual, o forjada en las manos de sus distintos líderes de turno, sería interesante echar una vista panorámica aunque sucinta de los más sobresalientes cambios, no en cuanto a su dimensión popular ni mucho menos a la respuesta entusiasta o no de las multitudes, sino, por su consistencia estrictamente musical y de forma.

De antiguo, el concepto rítmico de la música típica dominicana, preconizaba una cadencia sin puntuaciones ni aristas provocativas y excitantes. El acordeón, elemento foráneo pero naturalizado por aclamación popular, suscitaba ese sentido de vaivén embrujador, (”jamaqueo”, en lenguaje cibaeño) que caracteriza al original estilo.

Cuando el dicho ritmo, conceptuado en el fragor de las fiestas de enramada, fue vestido de saco y corbata y entronizado en los salones sociales (1936), la diferente instrumentación entonces en boga no fue motivo de resentimiento alguno entre las partes. La misma fragancia, un nuevo envase.

El mundo, sumido entonces en guerras y conflictos, destelló una secuela de transformaciones radicales que penetraron hasta el mismo recinto interior del carácter y la personalidad humana. Nuestro país no estuvo exento de esta mundialización de los sentimientos. El merengue, a la sazón música frágil e ingenua, recibió el impacto y su ritmo, mecido en el tiempo y de fraseología cadenciosa, vino a  tornarse en convulsiones de jolgorio, reflejo elocuente del mundo circundante.

Nuestra música típica, en manos del llamado perico ripiao, se ha convertido en el gran fenómeno de la popularidad y atracción desde hace más de una década, muy superior a su pasado inmediato. El hecho ha dado lugar a una inusitada proliferación de estos conjuntos, responsables de numerosas asistencias en los sitios de diversión, mayormente en la región del Cibao. Vale reconocer en toda justicia, el valioso soporte que ha recibido esta música por parte de los dominicanos residentes en el exterior con su presencia militante, portadores como son del más exacerbado sentimiento de dominicanidad.

Los tales pericos ripiaos sólo disponían desde su aparición en los finales del Siglo XIX y hasta 1970 de tambora, güira y acordeón; luego, con el inevitable maridaje de la electrónica con la música, los pericos comenzaron a utilizar las guitarras-bajo amplificadas. Esta adición trajo consigo gran beneficio al conjunto y finalmente el reemplazo de la inútil “marimba”, compuesta de una caja de madera, un hueco frontal con láminas finas de metal o flejes que pulsadas en sordo remedo del contrabajo, producían un sonido indefinido y sin interés musical.

El autor es Comunicador
jose_hatiano@hotmail.com

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